En noviembre de 1984, el régimen militar decretó Estado de Sitio y clausuró las revistas opositoras, entre ellas Cauce. Se buscó impedir la publicación de la entrevista que Mónica González, actual directora de CIPER, le hizo a Andrés Valenzuela (Papudo), suboficial activo de la Fach y agente del Comando Conjunto. En diciembre la publicó El Diario de Caracas, en Venezuela. Esta es la versión del diálogo en que, por primera vez y en plena dictadura, un militar reveló cómo los servicios de seguridad torturaron, asesinaron y desaparecieron a los opositores. Un testimonio que con los años fue confirmado punto por punto en tribunales.
“Quiero hablar de detenidos desaparecidos” dijo y su voz hizo eco en las paredes. En sus manos estrujaba un ejemplar de la revista Cauce, donde se denunciaban crímenes cometidos en la zona norte de Chile por los mismos servicios de seguridad a los que él hasta ese día (27 de agosto 1984) perteneció. Trémulo, ansioso, consciente de la desconfianza que inspiraba, las palabras salían de su boca a borbotones.
Era uno de esos hombres a los que once años de régimen militar transformaron primero en carceleros, luego en torturadores y más tarde en asesinos. “Sin querer queriendo, me fui transformando”, susurró luego de muchas horas, agobiado por el cúmulo de detalles relatados. Cientos de hombres y mujeres pasaron por sus manos, por sus ojos y oídos. Muchos de ellos fueron salvajemente torturados. Hasta la muerte. Otros, despojados de toda dignidad, obligados –al límite de la resistencia- a entregar a sus propios compañeros, fueron luego expulsados a la calle. Hombres sin hueso y sin alma. Una manera diferente de matar. Todos ellos dejaron sus huellas en Andrés Antonio Valenzuela Morales, 28 años, miembro de la Dirección de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile, FACH.
El relato que a continuación se transcribe es un episodio más en una larga historia de once años de violencia, muerte y destrucción. Es una historia simple que involucra a centenares de personas. Muchas de ellas han luchado durante años para que sus familiares –detenidos desaparecidos- regresen algún día con vida. Este relato les cortará las esperanzas para siempre. Una historia simple que retrata en forma descarnada la crueldad de un régimen, el abuso de poder que transformó a campesinos, jóvenes ciudadanos de Chile, en vulgares asesinos al amparo de la autoridad.
Esta es la historia de Andrés Valenzuela y de todos aquellos que hicieron que un día este hijo de campesinos quisiera “volver a ser un humano”.
¿Cuántos murieron sin haber claudicado jamás, sabiendo que su testimonio quedaba en las manos de sus captores asesinos?
Este relato es una prueba fehaciente de que todos esos sacrificios no fueron en vano. De alguna manera cada uno de esos prisioneros aportó para que un día Andrés Valenzuela se decidiera y relatara lo que hasta hoy el régimen militar ha intentado por todos los medios acallar.
Este es el mérito del relato de Andrés Valenzuela. Es el primero que compromete a muchos torturadores, asesinos, responsables de muertes fríamente planificadas. Es el primero también que entrega la verdad sobre algunos detenidos desaparecidos. Es el primero que penetra en el agobio y la desesperanza acumulados en los hombres que dicen representar el poder. Muchos hombres más, como Andrés Valenzuela, esperan algún día tener la valentía de dar un salto y hablar.
“Sólo necesito hablar” musitó, mientras extendía su tarjeta de identificación militar (TIFA) número 66.650, válida hasta el 3 de septiembre de 1986.
“Quiero hablarle sobre cosas que yo hice, desaparecimiento de personas…"
Lo que más me impactó fue ver a unas mujeres detenidas. Estaban de pie, con unos letreros que decían: “De pie 24 horas” y firmaba el “Inspector Cabezas”. Después supe que Cabezas era el coronel Edgar Ceballos, está en servicio activo todavía. Yo no entendía nada, hasta que el oficial me explicó que había que sentarse en la puerta de las piezas, con fusil, y “protegerlos”: es decir, impedir que conversaran. Había un reglamento interno que había que hacer respetar. La primera pieza que me tocó a mí fue la número 2; en ella estaban una señora de edad y Carol Flores (Nota 1), quien pasó luego a ser nuestro informante.
Antes de eso lo tuvimos en un hangar en Cerrillos, en el lado civil del aeropuerto. Allí un día nos dijo que estaba detenido en Cerrillos. Nosotros le preguntamos: “Pero, ¿cómo sabes? Puede ser Pudahuel, la Base Aérea El Bosque”. No, dijo, “escucho todas las indicaciones que da la torre de control y nunca ha dado la salida de un avión de combate ni tampoco de pasajeros: tiene que ser Cerrillos”. Así nos fuimos haciendo amigos de él. Cuando lo llevamos a Colina, estuvo perdido un tiempo. Sabía que era un lugar donde se hacía instrucción, que era un regimiento porque escuchaba los conscriptos en la mañana que trotaban y cantaban.
(Los tres comunistas informantes serían presumiblemente: Vargas, Mallea y Saravia).
Yo diría que al principio cuando uno empieza, primero llora, escondido, que nadie se de cuenta. Después siente pena, se le hace un nudo en la garganta pero ya soporta el llanto. Y después, sin querer queriendo, ya se empieza a acostumbrar. Definitivamente ya no siente nada de lo que está haciendo…
NOTAS
*2-. “Coño” Molina: José Bordas Paz, uno de los principales dirigentes del MIR, fue detenido el 5 de diciembre de 1974, en una ratonera que le hicieron en la calle y que terminó en una cacería a balazos en pleno barrio Vitacura. El equipo estaba al mando del coronel Horacio Otaíza y Edgar Ceballos.
*3-. HUMBWERTO CASTRO HURTADO (“CAMARADA DIAZ”): Obrero de 54 años, quien vivìa en una modesta casa en calle General Las Heras, en el pa5adero 30 de Gran Avenida junto a su esposa y sus dos hijos. Todos ellos presenciaron su detención, la que se produjo el 3 de septiembre de 1975 a las 2:30 de la madrugada.
*4-. ALONSO GAHONA CHAVEZ: Era un esforzado obrero de la Municipalidad de La Cisterna que había quedado solo, a cargo de sus dos pequeños hijos: Yuri (7 años) y Evelyn (6 años). Fue detenido por un grupo del Comando Conjunto, el que integraba su amigo Carol Flores, el 8 de septiembre de 1975. Su hijo “Yuri” se llego a mimetizar con un árbol a la salida del campo de prisioneros de “Tres Alamos”, esperando cada día su regreso. El tablero de ajedrez en el que su padre lo inició a mover los peones fue mudo testigo nocturno de su angustia. Sus largas caminatas durante las cuales le enseñaba a contar quedaran para siempre en su recuerdo.
*5-. MIGUEL ANGEL RODRIGUEZ GALLARDO: Casado con Rosalba Mendoza, tres hijos. Era ex grumete de la Armada y trabajaba como tornero mecánico. Fue arrestado el 28 de agosto de 1975.
*6-. Arsenio Leal Pereira, casado con Rosa Carrasco, cuatro hijos, fue otro de los detenidos asesinados por el Comando Conjunto y que Andrés Valenzuela identificó. Fue detenido en su casa, frente a su esposa e hijos en la madrugada del 29 de agosto de 1975. Cuando le entregaron el cadáver a su mujer el 9 de septiembre de 1975, le dijeron que se había suicidado. Así lo describió: “Parecía un viejito de 80 años en circunstancias que tenía 44 años. Tenía manchas violáceas bajo los ojos y en la parte superior izquierda del tórax. En sus piernas y brazos tenía manchas moradas. Las puntas de los dedos evidenciaban rastros de violencia: no tenía uñas. Los testículos los tenía aplastados como si hubiesen sido golpeados. En uno de sus hombros tenía una extraña marca: una quemadura. Tenía un orificio de bala, marcas en los tobillos y en los brazos de haber sido amarrado, un hoyo que le atravesaba la mano derecha, la frente golpeada y la nariz chueca. El pelo estaba pegado por sangre seca. Alrededor del cuello tenía una huincha de mezclilla…”.